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Inicio > Documentos de texto > Debate sobre la conservación de la huerta de Murcia - José Mª Egea y José Mª Riquelme
EL GOLPE DE GRACIA A LA HUERTA DE MURCIA - José Mª Egea Fernández
 
En la bibliografía consultada para un estudio, iniciado recientemente, sobre "Huertos tradicionales y variedades locales de la Vega Media del Segura. Estrategias de gestión y conservación", podemos leer: «el cambio se ha iniciado ya, y es conveniente encauzarlo antes de que la huerta de Murcia se convierta en un espacio inhabitable (Calvo García-Tornel F. 1975);... verdaderamente resulta inquietante y estremecedor la desaparición de la milenaria Huerta de Murcia en un plazo relativamente breve de 100 años producido por un intrusismo urbano galopante la Huerta de Murcia nos la estamos comiendo (Sempere y Zapata 1978) ... desde hace décadas venimos viendo, de forma simple, llana y doloridamente, la lenta agonía de nuestra Huerta ... defendamos con nuestra noble y civilizada protesta esta Huerta que se nos pudre, estos diseminados restos de una perdida arcadia (Sánchez Bautista 1982)».

Desde hace más de tres décadas se viene denunciando la lenta agonía de nuestra Huerta, y nadie parece interesado en poner remedio a esta situación. No hay nada más que dar un ligero paseo por la Senda de Granada o la de Monteagudo, para darse cuenta que el plazo de cien años para su destrucción es demasiado optimista. La Huerta, con todo su patrimonio agrario, natural, cultural e histórico está sucumbiendo bajo el cemento y el asfalto. Y seguimos tan tranquilos. ¿Qué pensaríamos si, para levantar un edificio modernista o construir una autopista, alguien decidiera derrumbar la Catedral de Murcia o la Alhambra de Granada, de origen milenario como nuestra Huerta?, ¿Acaso nuestra Huerta no atesora un pasado histórico-artístico tan relevante como muchos de los elementos histórico-artísticos declarados oficialmente?, ¿es qué los valores naturales y paisajísticos de nuestra Huerta son menores que los de cualquier Espacio Protegido de la Región?, y ¿qué decir de la cultura agraria, del costumbrismo social y religioso de la Huerta, documentado por Carlos Valcárcel, padre de nuestro actual presidente de la Comunidad, en 1975?. ¿Nos tendremos que conformar con ver la Huerta de Murcia a través del Bando y las Barracas de las Fiestas de Primavera de Murcia, completamente de espaldas a la realidad de nuestros huertos tradicionales?, ¿es así como debe representarse la lucha encarnecida del murciano durante siglos para adaptar la realidad física de las llanuras de inundación del Segura y crear con armonía un riquísimo patrimonio agroecológico, cultural e histórico, que le ha permitido construir su propia identidad?.

Desgraciadamente, el cambio anunciado hace tres décadas es ya una realidad. Una realidad que afecta no sólo a la Huerta de Murcia. Lo podemos ver, en mayor o menor grado, en el Valle de Ricote o en el del Guadalentín. Y no sólo en los regadíos, también en los secanos tradicionales convertidos, sin control alguno, en industrias, invernaderos, macrourbanizaciones, campos de golf. Y el cambio no sólo afecta al suelo, también a nuestra atmósfera, cada vez más irrespirable, y al agua, cada vez más escasa, más contaminada, más salada. ¿Es realmente esta la Región, el mundo que queremos para nuestros hijos, para nuestros nietos?. Si es así, ¡todo sea por el progreso y el desarrollo económico de nuestra Región! Pero, ¿por cuánto tiempo?, ¿acaso no existe otro modelo de desarrollo más acorde con nuestros recursos naturales, con nuestro patrimonio natural, artístico y cultural, y que al mismo tiempo sea económicamente rentable? ¿Qué es eso del desarrollo sostenible, que desde 1988, está en boca de todos, incluida la clase política, y que nadie sabe cual es su significado exacto? ¿Acaso es un mundo sostenido por el ladrillo y el cemento, alimentado con productos sintéticos, que tendrá su desarrollo en el interior de una burbuja?

JOSÉ MARÍA EGEA FERNÁNDEZ
Decano de la Facultad de Biología
Presidente de la Red de Agroecología y Ecodesarrollo de la Región de Murcia

(LA VERDAD, 12 de enero de 2006)
 

EL LADRILLO DE LA HUERTA - José Mª Riquelme Artajona

Ayer, día 12 de enero el decano de la Facultad de Biología y presidente de la Red de Agroecología y Ecodesarrollo de la Región de Murcia, publicaba una interesante reflexión de carácter costumbrista sobre el incierto futuro de la Huerta de Murcia como espacio agrario de producción intensiva y hábitat tradicional.

A todos nos preocupa el urbanismo como disciplina y sus consecuencias en la vida diaria de los que habitamos un territorio determinado, por eso creo que resulta no menos interesante ahondar en las causas que determinan el porqué de las cosas, y más teniendo en cuenta que la opinión sobre cuestiones urbanísticas adolece en ocasiones del grado de reflexión necesaria, y mucho menos tiene en cuenta las múltiples disciplinas que lo conforman. Y digo esto porque últimamente hay una tendencia generalizada a hablar del ladrillo y del cemento como una suerte de entes autónomos que se reproducen por generación espontánea siendo ellos solos los culpables de que, efectivamente, la tradicional Huerta de Murcia sea un lugar cada vez menos bucólico. Se pregunta el señor Egea qué pasaría si alguien, para levantar una nueva construcción, decidiera derrumbar la Catedral de Murcia. Pues pasarían muchas cosas, y una de las menos dramáticas es que los arqueólogos del futuro seguirían teniendo trabajo, y espero que se entienda la ironía.

Lo que yo creo es que determinados ejemplos sirven para horizontes temporales muy distintos según de lo que se hable. Aquí la cuestión es la siguiente: la huerta tradicional desaparece; hasta aquí casi todos de acuerdo. Pero la cuestión de fondo es por qué desaparece. Algunos piensan esto: hay determinados desaprensivos que lo llenan todo de ladrillo y de cemento innecesariamente, y después, muchos tontos (usted, lector) pican y compran un roalico alienados por la propaganda consumista que incita a destruir todo lo que se ponga a tiro. O por lo menos así se entiende por sus reflexiones. Y otros pensamos así: las ciudades tienden a crecer alrededor de sí mismas, aunque hay modelos urbanísticos de ciudad lineal y otros que en determinadas circunstancias pueden ser aprovechables.

Las personas tienden a procrearse y desplazarse, y esto conlleva la multiplicación de la especie, que necesita su espacio. Los empresarios saben que ahí hay oportunidad, y resulta que le venden a esas personas lo que necesitan y demandan, un hogar. Entonces viene el dilema: ¿Damos viviendas e infraestructuras a estos desalmados que tienen la desfachatez de querer establecerse en un territorio avalados por las leyes vigentes, o seleccionamos genéticamente a otros que como en la Edad Media tengan la obligación de seguir cavando huertos (ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos) para disfrute de nuestro ego melancólico? Vuelvo a pedir comprensión por la ironía. Y termino: Basta ya de culpar a los demás de nuestros propios males, y sobre todo, basta de tirar la piedra y esconder la mano. Nadie dice que nuestro sistema sea perfecto. Pero algunos estamos hartos de que todos los que se oponen a él sean incapaces, y son ya muchos años, de ofrecer una alternativa seria y viable al urbanismo que conocemos hoy día.

Denunciar está bien y es necesario, pero un profesional formado debe siempre aspirar a algo más. ¿Cuál es la alternativa para que la Huerta de Murcia no desaparezca? Abanderados del desarrollo sostenible, responded. Y no vale el exterminio de la especie.

JOSÉ MARÍA RIQUELME ARTAJONA
Secretario General de la Federación Regional de Empresarios de Construcción de Murcia

(LA VERDAD, 13 de enero de 2006)

 

LA ESTAMOS MATANDO ENTRE TODOS - José Mª Egea Fernández

El secretario general de la Federación Regional de Empresarios de la Construcción contesta en La Verdad, el pasado viernes día 13 a un artículo que publiqué el día anterior. Hasta aquí nada que objetar. Sin embargo, su alegato me resulta incomprensible. Trata mi artículo como reflexión de carácter costumbrista. Alude a convertir la huerta en un lugar menos bucólico. Justifica las actuaciones urbanísticas dentro de la legalidad. Y yo me pregunto, ¿quién habla de costumbrismo, lugar bucólico e ilegalidad? Yo seguro que no. Sólo el Sr. Riquelme utiliza estas palabras, para justificar no se qué. Además, menciona cierta confabulación generalizada que culpabiliza al ladrillo y al cemento como únicos culpables de la destrucción de la Huerta. No comprendo cómo ha llegado a tal conclusión. Demanda que los abanderados del desarrollo sostenible le respondamos, y no se si se refiere a mí, que no me considero portador de ninguna bandera, o a la Administración Regional que aprobó la estrategia regional para la conservación y uso sostenible de la diversidad, o el plan de desarrollo sostenible y de ordenación de la comarca del noroeste. En cualquier caso, creo que debo aclarar algunos puntos.

Efectivamente, señor Riquelme, la culpa de la destrucción de la huerta de Murcia (por si no tiene la conciencia tranquila) y de otros muchos espacios naturales, no la tiene usted ni los empresarios de la construcción. Ustedes lo único que han hecho ha sido poner la lápida de asfalto y cemento donde les han permitido (¡y todo de forma legal!). Antes de que ustedes llegaran con el féretro ya nos la habíamos cargado entre todos. Hace varias décadas que empezamos a convertir la huerta en una cloaca insalubre, en un lugar donde el huertano no podía adaptarse a la nueva agricultura industrializada. Una huerta que el huertano llegó a odiar y que tuvo que abandonar para poder sobrevivir. Un huertano que décadas después ha encontrado una alta rentabilidad en su huerta, arruinada y fragmentada, fuera de la producción agrícola. Un huertano que quiere vender para huir, sus hijos y él, de una huerta insana, desnuda y muerta.

A la huerta no la han matado ustedes, la estamos matando entre todos. Los científicos que hemos mirado hacia otro lado, los técnicos y urbanistas, por no aportar una solución más conservacionista. Los políticos por apoyar un modelo de desarrollo insostenible en el tiempo. Los ciudadanos que no hemos sabido presionar lo suficiente y nos conformamos con ver la huerta a través del bando y las barracas. Todos somos responsables. Ustedes sólo han ejecutado lo que los demás hemos permitido.

Y, ¿porqué debemos conservar la huerta? El señor Riquelme habla de bucolismo y melancolía. El patrimonio histórico-artístico no tiene nada de eso. Tampoco lo tiene el patrimonio natural y paisajístico. Y mucho menos el aire que respiramos, al agua que bebemos y los recursos genéticos que erosionamos. Vida y genes que se pierden con la huerta tradicional. Genes del pasado que pueden solucionar el futuro. Genes para el cambio climático, genes para los problemas hídricos, genes para la gastronomía. Genes para el futuro. Recursos que se pierden con nuestro pasado, con nuestra identidad. Esto, muy señor mío, tiene poco de bucólico.

Me pide soluciones. Ojalá las tuviera, y también el poder de aplicarlas. Pero no me corresponde a mí darlas, ni tengo el poder de aplicarlas. Como científico puedo señalar los problemas, puedo analizar soluciones aplicadas con éxito en otras ciudades y regiones. Las soluciones las dan los técnicos. A los políticos les toca decidir aplicarlas o no. Los ciudadanos tenemos la palabra y el voto.

En cualquier caso, se me ocurren algunas soluciones viables. Que parte de los beneficios obtenidos ya por la venta de la Huerta repercuta en su conservación. Que la Administración adquiera, a precios razonables para los propietarios, las huertas de mayor interés agroecológico y las utilice como huertos de ocio o para lo que se estime más oportuno. Seguro que hay muchas más soluciones. En estos momentos estoy empezando el estudio. Y espero terminarlo. A otros que se han atrevido a hablar antes que yo les han cortado las alas.

De momento, doy por zanjada esta cuestión. Podríamos empezar un cruce de acusaciones, de reprobaciones entre «abanderados del desarrollo sostenible» y «abanderados del ladrillo» (espero que se me entienda la ironía). No es mi estilo, no conduce a nada. Sólo a la destrucción de lo que queremos conservar. Pongamos cada uno de nuestra parte, nuestros conocimientos, nuestro trabajo, si queremos preservar lo poco que nos queda, de huerta y de otras muchas áreas que podríamos ordenar de forma más racional. Esta es la única fórmula que tenemos para alcanzar el verdadero desarrollo económico perdurable que nuestra región se merece. Como científico seguiré investigando. Como ciudadano me queda la palabra y mi voto.

JOSÉ MARÍA EGEA FERNÁNDEZ
Decano de la Facultad de Biología
Presidente de la Red de Agroecología y Ecodesarrollo de la Región de Murcia


(LA VERDAD, 18 de enero de 2006)

 

 

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Actualización: 06/11/2006