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HACIA UNA NUEVA REGIÓN MURCIANA / Juan Bautista Vilar

[...] En medio de la fiebre autonómica desencadenada en toda España, corremos el riesgo de quedar atrapados entre dos nacionalidades de fuerte personalidad, Andalucía y Valencia. Estamos de acuerdo que Murcia no puede continuar representando el desairado papel de dócil satrapía madrileña, que le ha caracterizado durante largo tiempo en beneficio de grupos de presión muy concretos. Tampoco puede caminarse alegremente hacia una autonomía improvisada, hechura de burócratas, ni mucho menos impuesta desde Madrid. Si eso aconteciera, nos hallaríamos ante una superestructura sin arraigo popular, fácilmente vulnerable y, en el mejor de los casos, condenada a una existencia precaria.

Se discute cuál ha de ser la definitiva configuración geográfica de Murcia. La idea de una región natural a base de la cuenca del Segura no deja de ser atrayente. Se mantienen en su integridad los límites provinciales actuales, se le incorporan los territorios albacetenses situados fuera de La Mancha y la comarca alicantina del Bajo Segura. Sería la región más armónica imaginable si se pretendiera partir de cero a la manera de los tecnócratas afrancesados, que trazaron su división departamental de España en función de la geografía y haciendo tabla rasa de todo lo demás.

Murcia, como región histórica, ha tenido unos límites excesivamente fluctuantes. La salomónica partición de la cuenca del Segura entre Castilla y Aragón es un hecho antinatural desde el punto de vista geográfico y económico, pero sancionado por setecientos años de vigencia. Se quiera o no, hoy resulta difícilmente removible. Cuando de Santomera para acá invocamos las indudables similitudes que unen a oriolanos y murcianos solemos pasar por alto todo lo que nos aleja [...]. Ahora bien, si Orihuela, Hellín u otro de nuestros vecinos expresan libremente su voluntad de unírsenos, sean bien venidos. No puede haber otro argumento válido para entrar en la región murciana que sentirse murciano.

Al término de una multiplicada de reajustes, nuestra región histórica se configuró con las actuales provincias de Murcia y Albacete. Un maridaje circunstancial [...] y, qué duda cabe, en el fondo tan antinatural como la partición de la depresión prelitoral murciana en el siglo XIV. Ambos cónyuges han conocido ciento cincuenta años de forzada convivencia, hasta que el divorcio ha venido a sancionar en buena hora una situación de hecho.

Volvemos al planteamiento inicial de estas líneas. La viabilidad de Murcia como región provincial, que no se trata de un caso insólito lo prueba ejemplos como los de Asturias y Baleares. Quizás la región murciana sea algo más polifacética en su unidad. No en vano, durante siglos fue una apartada marca castellana frente a Granada, Valencia y Berbería, única salida de Castilla al Mediterráneo, pero separada de los centros neurálgicos meseteños por un desierto difícilmente transitable. Es así como Murcia vino a ser un conglomerado mal entramado de concejos, encomiendas y señoríos. Comarcas con rasgos tan dispares que han forzado algo así como una microrregión en miniatura. El número y evidente disparidad de los elementos componentes no se halla en consonancia con sus modestas dimensiones. Las diferencias entre Yecla y La Unión, entre Caravaca y Águilas, entre Murcia y Cartagena son a menudo tan pronunciadas como las que puedan existir entre Jaén y Huelva, entre Córdoba y Almería o entre Sevilla y Granada. Y no hablemos de la otra Murcia. La desparramada entre Elche y el Mediodía francés, de la que tantas cosas podría decir como hijo de lorquino y nacido de la emigración.

Si Andalucía ha sabido superar sus particularismos, ¿por qué no nosotros? Identidad de cultura, intereses económicos afines y una historia común avalan esa unidad. Como muy bien ha apuntado Cremades Cerdán, la configuración de nuestra región es posible dentro de un régimen de autonomía comarcana. En ese contexto pueden hallar cabida las aspiraciones legítimas de todas las comarcas.

La región solamente podrá ser edificada con el esfuerzo y generosidad de todos los murcianos. Para ello quienes vivimos en Murcia debemos tomar conciencia de que la provincia no comienza ni termina en Espinardo y El Palmar. Ni debemos tolerar que nos deshonren con situaciones de arbitrariedad ni caciquismos. En contrapartida, las restantes localidades han de olvidarse de posibles agravios y esforzarse en hacer compatibles sus reivindicaciones con la construcción de un futuro común y esperanzador para todos.
 

(LA VERDAD, 14 de enero de 1978)

 

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Actualización: 19/12/2006