[...] En medio de la fiebre autonómica
desencadenada en toda España, corremos el riesgo de quedar atrapados
entre dos nacionalidades de fuerte personalidad, Andalucía y
Valencia. Estamos de acuerdo que Murcia no puede continuar
representando el desairado papel de dócil satrapía madrileña, que le
ha caracterizado durante largo tiempo en beneficio de grupos de
presión muy concretos. Tampoco puede caminarse alegremente hacia una
autonomía improvisada, hechura de burócratas, ni mucho menos
impuesta desde Madrid. Si eso aconteciera, nos hallaríamos ante una
superestructura sin arraigo popular, fácilmente vulnerable y, en el
mejor de los casos, condenada a una existencia precaria.
Se discute cuál ha de ser la definitiva configuración geográfica de
Murcia. La idea de una región natural a base de la cuenca del
Segura no deja de ser atrayente. Se mantienen en su integridad los
límites provinciales actuales, se le incorporan los territorios
albacetenses situados fuera de La Mancha y la comarca alicantina del
Bajo Segura. Sería la región más armónica imaginable si se
pretendiera partir de cero a la manera de los tecnócratas
afrancesados, que trazaron su división departamental de España en
función de la geografía y haciendo tabla rasa de todo lo demás.
Murcia, como región histórica, ha tenido unos límites
excesivamente fluctuantes. La salomónica partición de la cuenca del
Segura entre Castilla y Aragón es un hecho antinatural desde el
punto de vista geográfico y económico, pero sancionado por
setecientos años de vigencia. Se quiera o no, hoy resulta
difícilmente removible. Cuando de Santomera para acá invocamos las
indudables similitudes que unen a oriolanos y murcianos solemos
pasar por alto todo lo que nos aleja [...]. Ahora bien, si Orihuela,
Hellín u otro de nuestros vecinos expresan libremente su voluntad de
unírsenos, sean bien venidos. No puede haber otro argumento válido
para entrar en la región murciana que sentirse murciano.
Al término de una multiplicada de reajustes, nuestra región
histórica se configuró con las actuales provincias de Murcia y
Albacete. Un maridaje circunstancial [...] y, qué duda cabe, en el
fondo tan antinatural como la partición de la depresión prelitoral
murciana en el siglo XIV. Ambos cónyuges han conocido ciento
cincuenta años de forzada convivencia, hasta que el divorcio ha
venido a sancionar en buena hora una situación de hecho.
Volvemos al planteamiento inicial de estas líneas. La viabilidad de
Murcia como región provincial, que no se trata de un caso insólito
lo prueba ejemplos como los de Asturias y Baleares. Quizás la región
murciana sea algo más polifacética en su unidad. No en vano, durante
siglos fue una apartada marca castellana frente a Granada, Valencia
y Berbería, única salida de Castilla al Mediterráneo, pero separada
de los centros neurálgicos meseteños por un desierto difícilmente
transitable. Es así como Murcia vino a ser un conglomerado mal
entramado de concejos, encomiendas y señoríos. Comarcas con rasgos
tan dispares que han forzado algo así como una microrregión en
miniatura. El número y evidente disparidad de los elementos
componentes no se halla en consonancia con sus modestas dimensiones.
Las diferencias entre Yecla y La Unión, entre Caravaca y Águilas,
entre Murcia y Cartagena son a menudo tan pronunciadas como las que
puedan existir entre Jaén y Huelva, entre Córdoba y Almería o entre
Sevilla y Granada. Y no hablemos de la otra Murcia. La desparramada
entre Elche y el Mediodía francés, de la que tantas cosas podría
decir como hijo de lorquino y nacido de la emigración.
Si Andalucía ha sabido superar sus particularismos, ¿por qué no
nosotros? Identidad de cultura, intereses económicos afines y una
historia común avalan esa unidad. Como muy bien ha apuntado Cremades
Cerdán, la configuración de nuestra región es posible dentro de un
régimen de autonomía comarcana. En ese contexto pueden hallar cabida
las aspiraciones legítimas de todas las comarcas.
La región solamente podrá ser edificada con el esfuerzo y
generosidad de todos los murcianos. Para ello quienes vivimos en
Murcia debemos tomar conciencia de que la provincia no comienza ni
termina en Espinardo y El Palmar. Ni debemos tolerar que nos
deshonren con situaciones de arbitrariedad ni caciquismos. En
contrapartida, las restantes localidades han de olvidarse de
posibles agravios y esforzarse en hacer compatibles sus
reivindicaciones con la construcción de un futuro común y
esperanzador para todos.
(LA VERDAD, 14 de enero de 1978)
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