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EL SURESTE / Manuel Zapata Nicolás

El hablar por estos pagos del Señor, y a esta altura de la película, de autonomía y valores autonómicos, más de uno y más de dos lo podrían interpretar como un premeditado, alevoso e imperdonable acto de cinismo. ¡Con lo bien que estamos y vivimos (algunos), a cuento de qué estas pijoterías!, exclamarán.

¿Que la gente dice que somos una pedanía de Madrid? Bien, qué más da, si pudiéramos lo seríamos de Washington, que todo se andará. ¿Que viajar en ferrocarril por la línea de Madrid es una aventura de riesgo? Pues también tiene su aliciente y ya nos han prometido nuestros amos y señores que antes que finalice el siglo estará el problema solucionado. ¿Que dentro del Estado español es la autonomía menos valorada por los ciudadanos? Pues no es tan malo: de eso, que se sepa, no se muere nadie. ¿Que en las elecciones generales las cabeceras de lista las ocupan los “paracaidistas” con teóricas misiones de alcahuetería ante el Gobierno central? Y no pasa nada. ¿Hay alguna protesta? ¿Algún descalabro electoral? ¿Acaso causan molestias estos señores? ¿Por un casual alguien los conoce? ¿Pero cuándo ha habido aquí autonomía, cuándo la gente ha hecho el menor gesto autonómico? Pues nunca jamás. Es que somos así, gracias a Dios.

Pues, aunque parezca mentira, como dice la copla, y lo hayamos olvidado (que somos muy olvidadizos), hemos sido a lo largo y ancho de la historia, en todo tiempo y lugar, muy autonomistas, incomparablemente autonomistas, aunque a mí me dé la impresión de que en este asunto hemos ido en más de una ocasión con el paso cambiado. Veamos si no:

Ya allá por el siglo III antes de Cristo se produjo aquí el primer pacto autonómico entre mastianos y cartagineses en virtud de la cual se produjo el establecimiento de estos últimos dentro de unas coordenadas pacíficas y colaboradoras.

En el siglo VIII de la era cristiana, como consecuencia de la invasión árabe de la Península Ibérica, se produjo la capitulación del territorio Todmir, cuyo dirigente, el duque Teodomiro, firmó en el 713 con el emir Abd-al-Aziz un tratado de autonomía, documentado históricamente.

A partir del año 1031 desaparece la unidad política de Al-Andalus y surge el importante e influyente reino taifa de Murcia, una época verdaderamente brillante y esplendorosa, como nunca se haya conocido por aquí, ni antes ni después, salvando lógicamente las diferencias históricas.

Alguien dirá que estos ejemplos son muy lejanos, que necesitamos otros más cercanos que nos devuelvan la memoria y conciencia perdida. Pues también los hay. Como el que no quiere la cosa y a la vuelta de la esquina tenemos la mayor apuesta autonómica que pueblo alguno en los tiempos modernos haya protagonizado y que culminó con el levantamiento cantonal, cumbre y gloria de nuestro pueblo, genio y figura hasta la sepultura.

Pero lo más curioso del caso, algo que inclusive nos pueda parecer insólito, es que en tiempos tan poco propicios como los franquistas se produce aquí la primera experiencia descentralizadora y, en cierta medida, autonomista teniendo en cuenta las coordenadas históricas del momento, con la creación de un ente supraprovincial que se denominó Sureste y que englobaba a las provincias de Albacete, Alicante, Almería y Murcia. Y como el movimiento se demuestra andando, se puso en marcha un experimento de desarrollo que al mismo tiempo significaba un reequilibrio hidráulico nacional. Me estoy refiriendo al trasvase Tajo-Segura. El trasvase, para bien o para mal, ha supuesto la obra más importante que nunca se haya realizado por estos lares. El gran crecimiento urbanístico, turístico y agrario experimentado al Sur de Alicante y en parte de Murcia fue y es debido al dinamismo económico que generó tan manoseado proyecto. En gran medida, queramos o no, somos hijos de esta aventura autonómica que se denominó Sureste. Obra que quedó inconclusa por la desaparición acelerada del régimen que la concibió.

Con la llegada de la democracia se produjo la precipitada estructuración autonómica del Estado de las Autonomías, que aquí tuvo consecuencias verdaderamente desastrosas y funestas. Del Sureste cuatriprovincial, se pasó a la Región uniprovincial de Murcia, a la soledad más absoluta. Pérez Crespo, en más de una ocasión, ha echado la culpa de esta brillante acción (para atrás) a los socialistas, que metidos en líos internos (nada nuevo), no reaccionaron a tiempo, ya que los caciques de turno, de los partidos del momento, tenían prisa en repartirse el suculento pastel autonómico.

Paradojas de la vida, la democracia parlamentaria no parlamentó y hurtó a la sociedad de un debate, a todas luces justo y necesario.

 

(LA OPINIÓN, 11 de octubre de 2003)
 

 

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