Desde hace unos días venimos siguiendo por la
prensa, con estupor y verdadera vergüenza propia, el conflicto
protagonizado por la patronal murciana CROEM y la cartagenera COEC
por la representación de las organizaciones empresariales en el
Consejo de Administración de la Autoridad Portuaria de Cartagena, lo
que debe ser una grandiosa prebenda, vista el interés, la voracidad
y la codicia con la que están actuando ambas entidades.
En el fondo de esta cuestión encontramos, una vez más, la actitud
arrogante del patriciado churubito asentado en la ciudad de Murcia,
que trata de nuevo a otras zonas de nuestro país como si fuesen “las
colonias”.
Ya decía Rodríguez Llopis que uno de los problemas más graves de
nuestro sistema de relación interna desde la conquista castellana ha
sido que este patriciado churubito se ha dedicado desde siempre a
evitar que existieran lazos comunes de unión para el territorio, lo
que constituye el mejor mecanismo de desvertebración para mantener a
nuestra tierra sumisa y dividida, sometida y silenciosa. Con esta
lucha por el sillón del Puerto estamos ante un ejemplo más del
cultivo de la fobia hacia la capital murciana que esta oligarquía
urbana viene realizando en los últimos 500 años.
«La capital murciana siempre fue sentida
en el resto del territorio como un elemento de dominación
por estar establecidos en ella la totalidad de los poderes
regionales». |
Miguel Rodríguez Llopis
“Historia de la Región de Murcia” |
La ciudad de Murcia siempre ha sido vista por el
resto de territorios como el sitio donde iban los impuestos, y el
discurso de este patriciado (ya fuera eclesiástico, feudal o de
realengo) siempre fue el tratar al resto de las villas y tierras
murcianas como súbditos coloniales, como una verdadera tierra
conquistada y sometida que le debía rendir pleitesía.
Pero no debemos equivocarnos. Esta dominación churubita, que ha sido
percibida como “de la ciudad de Murcia” hacia los demás territorios
del país, ha sido también sufrida por los propios habitantes de la
capital y de la huerta circundante, como prueba el escarnio del
“rento”, que consistía en pagar como arrendatarios por el uso y
disfrute de las tierras de las que habían sido desposeídos por estos
mismos señores, que, en su mayoría, residían fuera de nuestro país.
Este esperpento de la lucha por el sillón del Puerto, que, además,
en su representación mediática no ha dejado de tener ciertos tintes
frikies, es un claro ejemplo de cómo no se debe vertebrar a un grupo
humano. En cuatro movimientos de ajedrez, los churubitos
vendepatrias han arrojado sal en heridas que llevan siglos abiertas.
Es evidente que no le podemos pedir a esa cipaya churubita que haga
patria, porque son representantes precisamente de todo lo contrario;
ocupan sus puestos para mantener las herramientas de sumisión.
Fracturar y desvertebrar ha sido siempre una eficaz
herremienta de dominación que
nos ha impedido ver el verdadero bosque de nuestros problemas y,
sobre todo, llevar a cabo una actuación conjunta que pudiera dar
alguna respuesta eficaz a los mismos.
No podemos, desde estas líneas, sino emitir una crítica enérgica a
todos los protagonistas de este sainete indecente, porque con su
actuación vuelven a generar unas hernias en nuestro país, que sólo
servirán para que continuemos siendo la moza sumisa y hogareña
siempre dispuesta a lo que el macho mesetario tenga a bien imponer. |