Nombre
Territorio
Historia
Etnografía
Lengua
Símbolos
Instituciones
Precedentes
El Cantón (1873)
Siglo XX
Aspectos generales
El proceso autonómico
La cuestión territorial
Nuestra identidad
Reforma del Estatuto
Normalización lingüística
Vertebración del territorio
El problema de los localismos
Economía y Desarrollo
El Arco Mediterráneo
Infraestructuras
Agua
Medio Ambiente
Partidos políticos
Participación ciudadana
Cultura y Sociedad
Documentos de texto
Documentos de audio y video
Hemeroteca
Bibliografía
Descargas
Inicio > Elementos a debate > El problema de los localismos > Los particularismos
Los particularismos

Un reino desvertebrado y fragmentado en tres grandes espacios políticos excesivamente autónomos (adelantamiento, marquesado y encomiendas santiaguistas) fue el territorio idóneo para que los particularismos locales cobraran fuerza. De hecho, sólo la nobleza gobernante mantuvo conciencia de la unidad regional, por descansar sus intereses en el dominio político de todo el conjunto mas allá de sus respectivas zonas de residencia. La mayoría de los linajes nobiliarios residían en la capital del reino y, desde ella, desempeñaron sus cargos políticos en las fortalezas del adelantamiento, en las encomiendas de las órdenes militares o en las tierras del marquesado, dependiendo de las lealtades vasalláticas de cada uno de ellos. De esta manera, en la mayor parte de los pueblos de la región hubo una autoridad superior foránea que ejerció su poder frente a las instituciones locales, limitándolas en sus prerrogativas e imponiéndose a ellas en la mayoría de las ocasiones. Fue el caso tanto de los comendadores y de sus alcaides en las encomiendas como el de los alcaldes mayores y alcaides de fortalezas en las poblaciones de realengo, quienes habitaban normalmente en la capital y eran percibidos por sus subordinados como personajes ajenos a la comunidad de vecinos. De este modo, la capital murciana fue sentida como un elemento de dominación, por estar en ella establecidos la totalidad de los poderes regionales.

Otros factores se añadían en el fortalecimiento de los particularismos locales. La frontera convirtió a las villas amuralladas en núcleos aislados, abandonados la mayoría de las veces a su propia suerte. Las solidaridades comarcales para la defensa común frente a los granadinos fueron sustentadas por el poder regional y por la Corona castellana pero no siempre se mostraron eficaces; de hecho, en la diaria aventura de hacer frente a un inesperado ataque musulmán, cada pueblo hubo de estar preparado para la autodefensa. No sorprende, por ello, que los más gloriosos recuerdos lorquinos sobre sus victorias en la frontera fueran aquellos en que sus habitantes hicieron frente a los musulmanes sin ninguna ayuda externa e, incluso, como ocurrió en los Alporchones en 1452, con la negativa del adelantado de Murcia a ayudarles. El sentimiento de soledad y aislamiento que transmitía la frontera marcó la mentalidad de los pueblos de la región durante siglos, afianzándoles en la idea de la subsistencia y de la autosuficiencia.

Aún más, los enfrentamientos y luchas entre la nobleza regional desde la época de don Juan Manuel se desarrollaron siempre sobre escenarios locales en el interior del reino, enfrentando a unas poblaciones contra otras y llegando en ocasiones a la destrucción mutua. Sólo en las tierras del marquesado existieron instituciones supralocales que amortiguaron estos enfrentamientos, como fueron las Juntas, que permitieron la existencia de ciertas solidaridades y sentimientos de pertenencia a un espacio político común, lo que no fue óbice para que desarrollaran fobias hacia la capital murciana como centro político regional y para que aparecieran, también, fuertes tendencias disgregadoras como fueron los continuos recelos de Villena, Albacete y Almansa frente a la primacía política de Chinchilla.

Y, en este sentido, ni siquiera el clero regional, vertebrado jerárquicamente en torno al obispo, supo crear lazos comunes de unión para todo el territorio, al convertirse el poder eclesiástico en otra forma de dominio político y económico foráneo en la mayoría de los pueblos, que asistían impávidos, año tras año, a la salida de todos sus diezmos con destino a la capital murciana mientras sus respectivas parroquias apenas contaban con rentas para mantenerse en pie. El acendrado nacionalismo de los vecinos de Orihuela ante estos hechos fue mucho más radical al estar asentados en territorio valenciano y continuar sometidos a la jurisdicción del obispo de Cartagena, lo que les llevó a luchar tenazmente durante todo el siglo XV por la dotación de un obispado propio. Pero a niveles menores, Cartagena recordó siempre como un ultraje el traslado de la capitalidad eclesiástica a Murcia, mientras que Lorca rechazó en más de una ocasión la política eclesiástica aplicada en su arcedianato, lo que culminaría -ya tardíamente- en la petición de un obispado propio. Y, en cuanto a las vicarías santiaguistas de Segura y Yeste, sus propios vicarios -que procedían del convento de Uclés- fomentaron las fobias hacia el episcopado murciano contribuyendo a destruir el sentimiento de pertenencia a un territorio común.

MIGUEL RODRÍGUEZ LLOPIS
"Historia de la Región de Murcia" (pág. 164)
 


¶¶¶¶

 

www.jarique.com
Resolución minima 800x600 en IE5.0 y NS6.0 © Copyright 2005 Asociación Jarique
Actualización: 14/10/2006