| Si pudiéramos señalar una característica enquistada en la 
			sociedad murciana y que la hace 
			característica y singular con respecto a otras comunidades, es el 
			exacerbado localismo o sentimiento local de muchos de nuestros 
			paisanos, de pertenencia a un municipio o incluso a una pedanía o 
			barrio en concreto. Sentimiento que, durante décadas y aún hoy, 
			lastra el desarrollo del sentimiento regional. “Mi pueblo y 
			España y... ¡muerte al pueblo de al lado!”, parece el lema 
			implícito en el subconsciente de gran parte de la ciudadanía 
			murciana, tan absurdo y pernicioso para nuestra identidad, el 
			respeto y la imagen exterior de nuestro Pueblo. Porque pertenecemos 
			a una Región Histórica con un compartido acervo cultural, histórico, 
			socio-económico y lingüístico que se extiende más allá, incluso, del 
			perímetro y límites arbitrarios impuestos desde el Estado, primero 
			por la división provincial que Javier de Burgos estableció en 1833 
			y, por último, por el devenir desafortunado para nuestros intereses 
			territoriales durante la Transición. Pues tan similar es en su 
			comportamiento, sus costumbres o el uso de vocablos y estructuras 
			lingüisticas peculiares un caravaqueño como un lorquino o un 
			murciano de Sangonera, por ejemplo.
 Pero el localismo desmedido, destructivo, ciego, a veces fruto de la 
			pasión ignorante y otras producto del caciquismo malintencionado y 
			concejil de una minoría, en aras de alcanzar el poder de cualquier 
			modo, corona como enemigo a todo lo que pulula más allá de un 
			puntual término municipal. Este localismo que esparce un odio 
			irracional hacia el hermano o vecino, no duda en confundir a 
			propósito localismo con regionalismo para tratar de 
			decapitar a este último y negar así nuestras raíces comunes (es 
			cierto que existe un número importante de localistas murcianos como 
			en otras ciudades de la Región , pero también murcianistas de 
			Región, por todos los puntos de la geografía de nuestra Comunidad, 
			que son englobados injustamente en el mismo saco). Pensar que querer 
			y defender nuestra identidad, ensalzar, recordar y querer rescatar 
			nuestras costumbres, tradiciones y raíces, o defender la integridad 
			de nuestro patrimonio cultural, medioambiental y lingüístico, así 
			como tratar de dignificar nuestra memoria e idiosincrasia, es “ser 
			centralista de la ciudad y la huerta de Murcia” o “pretender 
			extender el huertanismo y el panochismo de los barrigas verdes”, 
			como suelen alegar los que apoyan esta índole de calificativos o 
			afirmaciones gratuitas, es síntoma de un desconocimiento profundo 
			sobre las propias tradiciones y costumbres de cada pueblo, ciudad o 
			comarca respectiva, englobadas todos dentro de un conjunto cultural, 
			socioeconómico diferenciado y mayor dentro del Estado Español como 
			es la Comunidad Murciana y municipios limítrofes.
 
 Debilitar, por tanto, el localismo centralista y absorbente de los 
			grandes municipios de nuestra Comunidad, mediante la creación de 
			reducidos municipios, en el ejercicio de una política valiente y 
			decidida de descentralización administrativa que favoreciera el 
			bienestar de los ciudadanos, la calidad de los servicios públicos y 
			el desarrollo económico de muchas pedanías (El Raal, Alquerías, La 
			Manga, La Palma,... entre otros innumerables pueblos) hasta ahora 
			secularmente discriminadas por los grandes Ayuntamientos a los que 
			pertenecen, sería a la vez una manera de aproximarnos a la media 
			estatal de habitantes por municipio y, por otro lado, reforzaría 
			nuestra identidad regional como Pueblo Histórico que somos, dejando 
			de ser así un sonrojante guirigay de pueblos y ciudades hermanas, 
			pero peleadas entre sí. Así seríamos capaz de reivindicar con una 
			voz común, unida y fuerte en Madrid cuanto convenga a los ciudadanos 
			de nuestra tierra y sin que regionalismo murciano equivalga en su 
			connotación, ha de entenderse de una vez por todas, y no como el 
			localista enfermizo alega en su afán malévolo, a nacionalismo 
			excluyente o separatista.
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