El concepto de “nacionalidad histórica” acuñado durante la
restauración de la democracia en España ha quedado exclusivamente
ceñido a aquellos territorios que habían iniciado los trámites
jurídicos oportunos para acceder a la autonomía durante la Segunda
República; esto es, Cataluña, País Vasco y Galicia.
Este dato de carácter casi burocrático ha venido marcando
diferencias entre unos y otros territorios hasta el punto de que la
misma Constitución santificó dos procedimientos diferentes de acceso
a la autonomía en uno y otro caso.
Se trata de una discriminación, adjetivada como “histórica”, que ha
pretendido buscar en el hecho puramente circunstancial de la
interrupción de un trámite durante la Segunda República hechos
diferenciales que la ciencia histórica no soporta. Si nos ceñimos a
elementos históricos objetivos, nuestra tierra posee afirmaciones
políticas de identidad de igual o superior intensidad, no sólo
durante la Segunda República, sino durante todos los periodos
anteriores.
Como ejemplos, durante la misma Segunda República también hubo en
Murcia iniciativas en favor de la autonomía y de la restauración de
la Región Murciana, como la del alcalde de la capital,
López Ambit,
que llegó a lanzar un manifiesto difundido ampliamente por todo el
Sureste, obteniendo positivas adhesiones, incluso entre los
Ayuntamientos de provincias vecinas.
Asimismo, en el periodo inmediatamente anterior, existió un
intento
autonomista en 1918 con el que no cuentan “los diferenciados” en la
actualidad. Tampoco hace falta subrayar mucho la cristalización del
independiente Cantón Murciano durante la Primera República; el
soberanismo expreso de la Junta de Murcia durante la invasión
francesa de principios del s. XIX o el impulso de nuestra identidad
durante el periodo Floridablanca en el siglo XVIII.
El profesor Torres Fontes se inclina decididamente a favor de la
“materialidad histórica” del Reino de Murcia como territorio con
personalidad propia y diferenciada dentro del conjunto de los que
conforman la Península. Pero también pone el dedo en la llaga del
verdadero problema que nos ocupa: la inexistencia de una élite
política “que nos haya llevado a un mismo plano de igualdad con
otras tierras de España”. Ésta es la verdadera trama del drama.
Es decir, nos encontramos con una Murcia que tiene tanta
sustancia de identidad histórica como el resto de los reinos de la
Península, sea Portugal, Castilla o Aragón, pero que, por
contra, adolece de una vanguardia de personas dispuestas a
comprometerse por su tierra y por su gente. Si hemos de hablar
de la clase política e intelectual de los últimos 25 años, el
balance no puede ser más pobre: ausencia de liderazgos, mediocridad,
improvisación, arribismo, pusilanimidad, servilismo,… y si alguien
ha destacado, ha terminado marchándose fuera con absoluto desinterés
por los problemas de Murcia, y recordando en escasas ocasiones sus
orígenes.
Parece que nadie recuerde los errores de la Transición democrática
murciana y de su proceso autonómico. Y vamos camino de repetir los
mismos errores, aumentados pero nada corregidos.
En la época actual, donde los lobbies juegan un papel
fundamental en la consecución de objetivos y en el desarrollo de
cualquier grupo humano, nuestra tierra viene perdiendo una y otra
vez todas las partidas por un paupérrimo nivel de conciencia de
grupo, endémico desde hace muchos años, que viene causado por la
evidente y trágica falta de autoestima que padecemos los murcianos.
Nos encontramos ahora ante una Segunda Transición. Los Estatutos de
Autonomía van a ser reformados. Con ellos se marcarán las reglas de
juego de los próximos treinta años. Y, por desgracia, nos
encontramos esta vez con aún peor representación política que
durante la Primera Transición. Esta carencia ha supuesto un altísimo
precio que hemos venido pagando durante los últimos treinta años, y
no hemos aprendido nada de este error.
Es por esto que las generaciones que no participamos en esa Primera
Transición exigimos de forma tajante a los políticos y a la escasa
(en cantidad y calidad) clase intelectual de la Región de Murcia que
estén a la altura de las circunstancias. Que sepan ser protagonistas
de nuestra historia, de la que parecen ajenos, prefiriendo que nos
la escriban otros.
Es momento de empezar a alzar la voz ante el espectáculo de silencio
que vivimos acerca de nuestro futuro. Optimistas en la voluntad,
aunque pesimistas en la inteligencia.
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